
Tampoco es raro al cruzar la penillanura turolense (siempre rozando la mágica línea de los 1000m) encontrarse con tormentas estivales cuyos focos emergen de las montañas y son arrastrados a velocidad ciclónica hasta el corazón de la meseta, sobre la que despliegan una furia materializada en gran aparato eléctrico, granizo, lluvia intensa...; así, hasta que los viales se inundan y el tráfico rodado tiene que detenerse por los muchos barrancos salidos de madre que saltan sobre la carretera y pudieran arrastrarte. He visto este tipo de fenómenos-y coches hundidos en las cunetas-a la altura de Monreal del Campo, Cariñena, o las proximidades de Daroca. Como digo, no es lugar para poetas ni corazones livianos. Después de 370km a través de estos territorios malditos, aunque de una belleza inclasificable, cruzamos las placideces igualmente desérticas del valle medio del Ebro. Zaragoza se erige triunfante sobre la tierra calcinada y blanca de las proximidades de Los Monegros, como el último bastión de La Meseta antes de la promesa del Mediterráneo; cuyas costas azules, sin embargo, todavía quedan muy lejos. La macrourbe estira sus tentáculos a ambas orillas del río y los cinturones de las autopistas forman un lazo complicado de desentrañar... Siempre me ha gustado Zaragoza; incluso cuando hasta no hace mucho había que atravesarla de punta a rabo, alrededor del medio día, con el aire acondicionado estropeado y los habituales 40º a la sombra. Ahora se la circunvala por la izquierda y se conecta rápidamente con la autovía de Huesca. Por donde salimos a un paisaje de vastas estepas tan parecido a la tierra de donde venimos. Allá sobre las brumas de la distancia: los perfiles de roca atormentada de la Sierra de Guara; la última barrera antes de los Pirineos.
En la foto podéis ver el paisaje del corazón de la Cordillera que se contempla nada más coronar el Puerto de Monrepós, tras emerger de los famosos y largos túneles del Alto Aragón, y justo antes de lanzarse por la interminable cuesta abajo que nos dejará a orillas de Sabiñánigo, enclave urbano estratégicamente situado que es la verdadera puerta de los Pirineos. De izquierda a derecha (de Oeste a Este, mirando al Norte) es posible identificar: el Macizo de Aspe, la Peña Collarada, Peña Retona, Peña Telera, el pico de Arriel, el Balaitús (ambos en el centro de la imagen), el Macizo de las Argualas y la Sierra Tendeñera en su totalidad. Es la primera visión que tuve, hace hoy 16 años de este portentoso espacio de Aventura. Desde entonces he sido un esclavo absoluto de sus influjos.
Viajar y pisar el terreno te transporta no sólo a otra dimensión del espacio, sino lo que es más importante, a otros mundos.
ResponderEliminarLa "paz", cada uno la encuentra en un rinconcito de la Tierra...o en muchos. Yo, que no puedo viajar tanto como tú, me quedo en La Manchuela (perdón, como diría mi viejo profesor Pepe Almendros, la Tierra de Jorquera y Ves) y soy feliz en el llano, en los cañones de roca (los cañones buenos) y en los valles.
Un saludo. Goyo.